ASÍ AFECTAN LOS ENTORNOS OBESOGÉNICOS AL DETERIORO DE LA SALUD FÍSICA Y EMOCIONAL

¿Sabías que el entorno en el que vivimos puede influir directamente en nuestro peso y salud general? No se trata solo de decisiones individuales: lo que comemos, cuánto nos movemos o cómo descansamos está profundamente condicionado por el contexto que nos rodea. A esto se le llama entorno obesogénico, un término que hace referencia a todos aquellos factores —físicos, sociales y culturales— que favorecen, casi sin que nos demos cuenta, el desarrollo del sobrepeso y la obesidad.
Comida rápida al alcance de la mano, productos ultraprocesados en cada esquina, bebidas azucaradas, anuncios constantes en redes sociales, falta de tiempo, pocas zonas verdes para moverse, exceso de pantallas, malos hábitos de sueño y niveles altos de estrés. Cuando todo esto se combina —como ocurre en muchas ciudades y barrios—, el impacto sobre la salud es enorme, y afecta especialmente a los más vulnerables: niños, niñas y adolescentes.
Los ambientes obesogénicos moldean nuestra dieta y estilo de vida, impactando nuestra salud física y emocional
El debate sobre si la comida rápida es realmente más asequible o si se trata de una percepción distorsionada que refuerza la expansión de los entornos obesogénicos sigue generando controversia. Sin embargo, el verdadero desafío no es únicamente económico, sino estructural: la falta de tiempo, la escasa educación nutricional y la presión constante de un entorno de consumo que promueve opciones rápidas y poco saludables como la alternativa más cómoda. A esto se suma la carencia de espacios adecuados para la actividad física en muchas ciudades y la normalización del sedentarismo como forma de vida. Todo ello crea un escenario especialmente adverso para mantener hábitos saludables. Según el Cigna International Health Study 2024, solo el 40% de los españoles sigue una dieta equilibrada, y apenas un 32% mantiene un peso dentro de los parámetros recomendados. Estos datos reflejan con claridad cómo los entornos obesogénicos no solo condicionan nuestras propias decisiones, sino que se han convertido en un factor global que contribuye al deterioro de la salud física y emocional de la población general.
5 consecuencias de un “ambiente obesogénico”
Los expertos de Cigna Healthcare nos explican cuáles son algunas de las consecuencias del ambiente obesogénico y cómo este puede impactar en el deterioro de la salud física y mental.
1. Mayor riesgo de enfermedades crónicas.
Los entornos obesogénicos favorecen el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados, hipercalóricos, ricos en grasas saturadas, azúcares y sal. Esto no sólo representa un factor de riesgo para el desarrollo de sobrepeso y obesidad, sino que además aumenta el riesgo de desarrollar estados de inflamación crónica de bajo grado en nuestro cuerpo. Esta inflamación persistente tiene un impacto negativo directo en nuestro sistema cardiovascular, sistema inmune o sistema endocrino, entre otros. Esto se traduce en una elevación en el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas tales como diabetes tipo 2, hipertensión arterial, enfermedad arteriosclerótica y casi todos los tipos de cáncer.
2. Aumento de la obesidad infantil.
Este tipo de ambientes afectan particularmente a los niños, que están expuestos constantemente a alimentos poco saludables e hiperpalatables-muy sabrosos- debido a la publicidad. Adicionalmente, los entornos urbanos y el estilo de vida acelerado que llevamos aumentan la accesibilidad de la comida rápida y favorecen la escasez de espacios adecuados para jugar o hacer ejercicio. Esto fomenta un estilo de vida sedentario, donde las actividades al aire libre y el ejercicio físico se ven desplazadas por el tiempo frente a las pantallas, lo que contribuye al aumento de peso y el desarrollo de enfermedades metabólicas a una edad temprana.
3. Desarrollo de trastornos mentales.
Un entorno obesogénico no solo afecta al cuerpo físicamente, sino también a nuestro cerebro. Una dieta rica en alimentos ultraprocesados, altos en grasas trans y azúcar, altera los neurotransmisores responsables de regular el estado de ánimo y las emociones. Además, estos alimentos influyen negativamente en el microbioma intestinal, el cual tiene un papel clave en la salud mental. La inflamación crónica causada por este tipo de alimentación está estrechamente vinculada con trastornos como la ansiedad y la depresión.
4. Fatiga crónica.
La fatiga crónica es una consecuencia bastante habitual de un entorno poco saludable, donde el acceso fácil a alimentos de bajo valor nutricional y un estilo de vida sedentario afectan directamente los niveles de energía. La falta de nutrientes esenciales y los picos de glucosa causados por el consumo elevado de azúcares contribuyen a la sensación de agotamiento e impiden que el cuerpo mantenga unos niveles óptimos de energía.
5. Problemas de sueño.
Una mala alimentación, en combinación con una vida sedentaria, altera el ritmo natural del cuerpo, incluyendo nuestros ritmos circadianos. Estos desequilibrios pueden afectar la producción de melatonina, la principal hormona inductora del sueño, así como otros neurotransmisores importantes responsables de garantizar un sueño reparador.